viernes

Marguerite Yourcenar




              Firme propósito

       Ni ampararse del día bajo el árbol de nieblas,
       Ni morder el verano en las frutas dormido,
       Ni besar en los labios lentos de tinieblas
       Al muerto evaporado y vano de haber sido.

       Ni penetrar el centro del álgebra frío,
       Ni en el vacío clavar la máscara infinita.
       Ni sembrar el olvido en el glorioso río
       Y derramar la nada en la tumba bendita.

       Ni rozar, Amor mío, tu boca entregada,
       Ni su deseo quemar sin la llama esperada,
       Ni arrastrar en el cuerpo rendido la herida.

       Ni rezar con las manos juntas de la pena,
       Pero traer consigo en la noche serena
       El hondo corazón donde sangró la vida.




sábado

Lucio Fontana




       El espacialismo. Lucio Fontana... (aquí*)




















   El objeto espacializado, ubicado en el espacio, un espacio en el que se comunican dos elementos: el interior y el exterior; lo que está manifestado y lo no manifestado; lo que está delante, y lo que ocurre detrás. Es un poema deleitoso, un problema resuelto desde la mirada y la rasgadura, desde el interrogante. El final de una pregunta coincide con el silencio que es inicio de la respuesta. Me subleva este artista que reflexiona sobre el eje de la materia que separa al observador de lo observado. Hay un continente en el que ambos están involucrados, un lugar sin palabras ni juicio, sin raciocinio ni ojos, ni lengua, ni oídos, ni boca, ni mente. Un lugar donde existe una aprehensión inmediata entre sujeto y objeto. Un lugar de realización inmanente, y ese lugar es la nada. Lucio Fontana no muestra, ni escoge qué se va a mostrar. Sólo ocurre...








 He aquí toda dualidad. El espacio soy yo. O la nada.


O la nada...



Menchu Gutiérrez





       Madrileña nacida hace poco más de cinco décadas en tránsito alrededor de un Sol mayor, y yo vengo encaramado a sus versos girando en tono y en torno a ese mismo Sol. Vosotros también lo haréis, porque hay música en la poesía de Menchu. Y en la del Sol. Y hay silencio. Y hay una fiera tristeza en ella, ilustre, magnífica, lúcida, de esas que toman toda la distancia de la melancolía, tanta que pueden sangrar sin miedo a perder un sólo recuerdo. Suena terrible, es cierto, pero es la plenitud del duelo.
       Sin embargo no traigo su sol presente, sino su noche, pues esta generosa poeta no se entretiene en narrar la magia de la noche como un acontecimiento menor, sino como un escenario abstracto y tenaz que incorpora la vida, ¡nada menos que la vida!, y éso lo agradece el nictonauta, a pesar del dolor. A pesar del silencio...
       Hace tiempo que no navegábamos mar adentro, y en un piélago de facetas infinitas he conocido a Menchu Gutiérrez, entre láminas escritas con sinnúmero de signos. De este viaje o trasiego, os traigo en el anzuelo algunos versos, un precioso alimento.




     Corre una brisa de invisibles, millares
     gotas de agua,
     por mi corona de noche
     y almendra laminada.
              Corre entre dos bocas
              un solo hilo de almohada
              es un telar callado
              la noche.
                       Envejecen los paisajes,
                       depositan sus perfiles
                       en cristales distantes
                       los cabellos del río,
              y no canto,
              que estoy quieta en la nota,
              alto estambre
      del amor.





Rumor de diez noches en diez diferentes estancias.
Después, se dejaba dormir. En vano yo retaba al sueño
gentil de su cayado, lo salpicaba con el rocío que germina
en las palmeras; invariablemente era su presencia y no la
mía la tentadora, la travesía, el cuidado, la gangrena.







                   Pienso toda la noche en el ramo
                   y en la figura que con la madrugada
                   se recorta, caída en el jardín.
                  Vienen con máscara de poderosos mirlos
                  y hunden sus picos de oro en la sombra humana
                             ¿Y por qué fluye?
                  Vetas de sangre abiertas
                  recorren los brazos derribados en la hierba.
                 Cerca, la leña dispersa
                  devora su misterio.
                  ¡Fuera verdad el ramo!
                  ¡Pero los ramos se hicieron con manos dormidas!
                  Finos trazos de tinta
                  rayan el dibujo del horizonte,
                  golpeados por el sonido de mi corazón
                                                           que tiembla.


***

"Quizá el silencio no exista, pero hemos sido testigos de la forma en que la poesía o la música lo hacen posible: es como si las palabras o los sonidos, convertidos en materia, fueran vaciados con infinita paciencia, extraídos uno a uno, transformándose en un molde en cuyo interior el silencio reinara como una forma ilimitada. La poesía es la materia con la que el molde se hace posible, un contrafuerte vacío, también el vaciado, lo que podríamos llamar la experiencia del silencio."
                                                                             Menchu Gutiérrez





lunes

Blanca Andreu








       Blanca Andreu ha sido para mí un encuentro afortunado. Mientras saqueaba la biblioteca íntima de la amiga de una amiga, un pequeño libro saltó justo a mis manos, mínimo y ligero, de tapas azuladas ilustrado apenas por la borrosa imagen de un ángel con algún tipo de tribulación, que espía de lejos un pueblo al anochecer. "¿Se acordarán de mí?"- se pregunta. Un librito así es un patrimonio, un abrazo venturoso, por más que se titule "El sueño oscuro". El enorme interés que ha despertado en mí su autora ha ido creciendo como una torre que se fuera haciendo más alta cuanto más me esforzaba al encaramarla, una atalaya que crece y crece cuando trepas buscando su rostro original: el paisaje que contempla. El caso es que el rasgo genealógico de Blanca Andreu debe ser el infinito, o el abismo. Su semblante último, el primer soplo divino de su linaje tiene que ver con el verbo sin duda, con tal magnitud y lealtad, que es desasosiego y profecía, que es verdad líquida y, en el confín que sugiere, serenidad perfecta. Aúna la experiencia humana de lo febril y lo místico, poblando el surrealismo de cuerpos sólidos y vivos. Y lo contrario: hiere la realidad rasgándola hasta una esencia que no tiene forma, mostrando la insignia de lo eterno. ¿Y cómo lo hace? Con versos. Algunos se bastan a sí mismos como: "Entre tú y yo no hay ningún no". Otros, como este poema que os traigo, se extiende para convertirse en cinco.
       Hoy el Nictonauta llega a sus costas de herencia griega y os invita a leer su blog (aquí*), y a escuchar dos de sus poemas leídos por ella misma (aquí*). Esta noche dioses y vientos nos son propicios, podremos ser acunados por sus palabras, terribles y hermosas, como todo lo sublime. No temáis, son como la propia noche: están concibiendo la primera luz.





Cinco poemas para abdicar,
para que sean un destello terrestre en mi tránsito
mientras el vaivén de mi cuerpo me dote de viejo sueño y
     tenga un altar adornado,
mientras mis ojos suspendan la aspersión del líquido más
     breve,
abandonen su aire lacustre y la ligereza de la lágrima cóncava
     en donde beben las grullas
y otras zancudas con pie de bailarina,
mientras mis manos sean hangares en las salinas negras para
     aviones de turbios vuelos,
mientras el súcubo murciélago diga en mi oído espuma y
     diga oscuridad
en las marinas negras.

Cinco poemas para la marcha en el paisaje de sábana de hilo,
un páramo es encaje antepasado,
iniciales bordadas hace ya tres mil días
y alguna mancha de amor.

Cinco poemas como cinco frutos cifrados
o como cinco velas para la travesía:
el primero hacia aquélla a la que nadie ve en la vaga velada
      del lago:
un resquicio de abril para Virginia, porque amó a las mujeres.

El segundo para mi amor:
sé bien que encima de mis heridas busco la alondra de tus
      heridas,
sé bien que encima de mis heridas una cigüeña pone sus
      huevos.
Encima de tus heridas las ramas de los nervios se han
      dormido
y ahora son alas, páginas, oleaje, seres verdes.

Encima de tus heridas yo descubro una tela desventurada y ocre,
rasgada de enemigos,
o una palabra emborrachada por el lacre.
Pero cuando me duerma
ya no te querré.

El tercero para la casa que cae y el álamo vihuela o jardín bello,
para el ángel que guarda la lombriz,
para todo lo que es pueril o leve y que clava
submarinos anzuelos en los ojos adultos.
El tercero es para el corazón de la raíz
y para la cerrada tierra de los estambres,
para la lluvia seria de las siestas del norte,
mala como una institutriz.
Dile que no se meta en los salones
y los llene de gafas estrujadas.
Ay, dile que no espante los espejos de mirada niña.

Había tres balcones sangrantes,
había tres balcones como tres heridas incurables del muro,
había tres balcones y siete temblorosos escabeles.
Ay, dile que no asuste la palabras palomas,
que no deje que vayan batiendo un aire usado con alas de cuchillo.
Las palabras apátridas de mi tercer poema
que no me muerdan las mejillas
y las sonatas que yo no toqué nunca, que no cesen,
ni el pequeño cuaderno de Ana Magdalena.
Yo no dije: ¡silencio!,
por eso, que retornen las hojas y las jarras con líquido de luna,
notas blancas sobre árboles
o atriles.
Yo no dije: ¡silencio!,
pero me fui bebiendo vino de exilio en la boca de piedra,
bebiendo fermentado líquido migratorio,
los ramos de las tórtolas de agosto y el eco de la casa que
      se cae.

Veo que no sobrevive el alma alta del muro,
la espuma voladora borracha de gaviotas,
el ángel que cuidaba la cucaracha de uva y la lombriz,
ni ningún pájaro como lágrima póstuma y celeste,
ni la resina tañendo su ámbar triste,
ni tampoco las malvas, las violentas, las verdes partituras.

El cuarto es para mi amor.
Amor mío,
sé bien que no te escupirá mi sueño y que tu cuello no será sajado
por el filo último de mi sueño,
que no te insultará el hiriente corazón de mi sueño,
porque si duermo ya no te querré.
Sé bien que busco encima de mis heridas
el escorpión de oro de tus heridas.
Sé bien que encima de mis heridas sólo habita
la imagen encalada de mi muerte.
Y por eso voy a asesinar
con la virgen cuchilla barbitúrica
la muchedumbre de heroicos locos que entonan para mí la
       pesadilla y el bostezo,
amor mío, sin asomar por la ventana
fuegos viejos, frescas cenizas,
familias errantes de soles.

Mi amor para la imagen encalada de mi muerte,
para la cal que se come a los niños,
para mi útlimo caballo, oro, sobre asfalto celeste y el hule
      astral de abril.
Sé bien que galoparé en negro
porque negro es el color de los sueños,
negras las manos de la intimidad,
y sin espuelas, y sin bridas,
porque las espuelas son el poder, la aberración, estrellas de
     tijera y abismo.

El quinto para mi caballo,
para cuando ya estemos sucediendo
como dos estaciones
o dos días iguales.

(De "El sueño oscuro". Poesía reunida 1980-1989. Hiperión)


                                           




domingo

Elsa Cross







       Os prometo que no es aposta. Sencillamente me siento enredado, insomne y febril, en la experiencia poética de la mujer. Estoy absorto o fascinado; perdonadme: soy un ovillo que trata de comprenderse.
       Entiendo que una madeja no se devana de cualquier manera, sino que ella elige -por sí misma- la forma precisa en que va a desovillarse. Discurrirá como un río que naciera del mar y vaya buscando su origen en algún paraje incógnito, a la manera en que lo hacen las truchas o los salmones, persiguiendo un interrogante. La hebra es un sendero que va peinando todos los caminos posibles, desnudándose con lentitud hacia su núcleo para, al cabo, quedarse sólo como el gesto y el amén. Veréis: Elsa Cross deviene de un leve roce anterior, un filamento de Coral Bracho. Como ella, también es mexicana y poeta, y estuario de aguas claras y profundas, y escala luminosa del nictonauta. Como ella, ha dejado en mi cuerpo un tejido de estrellas. No sé cómo, pero este mar de espejos palabras ha adquirido el interior de un ser vivo.
       A los griegos les gustaba la madeja como una imagen concreta del destino: la azarosa apariencia de travesías que conducen de la pregunta a la respuesta, de la vida a la muerte o de la siembra a la cosecha. Ése es el hilo en el que vamos siendo derrotados por nuestras elecciones... Porque todo lo que es, es, definitivamente. Esta entrada del blog está dedicada doña Elsa, pero quisiera dedicarla también a Medea y a Ariadna, que lo apostó todo. Y a Parménides porque, en realidad, nunca nos avisó de ésto.




Noche

             Siento que en vano he conocido aquello que te nombra, que no tendrá un cauce mi dolor acumulado. Te amo como al esplendor de cada día, y he visto desgarrarse la quietud que anticipa tu presencia.

             Sólo existirán seres mutilados y lacios, máscaras de torpes gesticulaciones, de muecas sin sentido. Nada tendré fuera de ti.

             Poseo tus palabras, todas las formas de mi ser habitas. Descubro tu rostro imprevisto en torno a cada instante de tu beso, en la tibia avidez de tu caricia. Tu beso contiene la noche.

             Pero vuelve un vasto caer de silencios, y temo el dilatarse de una soledad desconocida; temo despertar triste a tu lado; temo la imagen de otra plenitud imperturbable.

(1999)



Voz

Tu voz contra el atardecer.
El viento empuja
                             sobre el cristal
las ramas de los altos encinos.

Tu voz llena el espacio.
Y no hay instrumentos
                             para tu canto.
Tu voz dibuja signos en el viento

La noche 
va bordeando en silencio
                            ese núcleo
donde la luz se detiene todavía
mientras tu voz,
                           tu voz sola
borra el instante.

                                                         (2003)






Viene tu brisa cubriendo el clima entero,
tus labios de fruta encienden
                            la boca del invierno.
Se abren floraciones en la piel,
                                       pistilos erizados-

Vuelta inesperada a tus manos
que rozan ya el vestido,
                    que se acercan al seno.

Trastornas lo que tocas,
vas vistiéndolo todo de verdura,
vas dejando en manchas coloridas
flores tantas
              que apenas se adivinan.

Y quién podría
       -aun sabiendo tu poder de muerte-,
quién podría fulminar
al deseo escondido
                       en cada hoja,
                       en cada colibrí?
Entra la estación florida -
con tu cumbia y tus cantos, -
tus tarareos ebrios
                     como el que espera
                                          a quien ha de matarle
                              y acecha en cada esquina
                                                   de lo oscuro
con tus ojos de tigre,
el salto alerta
                    como quien teme
                                           en cada doblez
                              la noche agazapada
con tus corrientes lúbricas,
tus colores eléctricos,
                    como quien busca
                                          algún auspicio
picadura de abeja,
zumbido azul
                              en la entraña de un pájaro,
un colmillo que muerde,
                   ¿por dónde llegará?
un veneno que cesa
sólo cuando ha invadido todo.

(de "El vino de las cosas", 2004)








lunes

... y Aire, y un más allá del Aire.







La actitud de los árboles     


La actitud de los árboles,    
su gesto,     
es momentáneo.        








Plaza con palomas


Como un nervioso rebaño
se desgranan palomas
sobre el azogue de la ancha plaza.
Semillas grises, inquietas
en la aridez, buscan, garabatean
su nube. Un niño corre,
la hace estallar.





Hay lugares

(Foto de Cliff Marck)

Hay lugares que se tocan
con el borde
de lo que somos; otros
que son la casa. En ellos
se abre este sol. En ellos entra, incontenible,
el torrente. Llena
de voz los cuartos, de murmullos
encendidos el patio, de avidez
el umbral. Su sigilo es oleaje
y su rastro. Su acaecer
el brillo suave de las piedras;
su placidez. Un palpitar de fuego,
un manantial incandescente
ilumina el tiempo, y en él,
en su copiosa mansedumbre,
la noche es rapto y caudal.
Un rescoldo de luz sobre este fruto
que toca el viento.
Sobre este cosmos que engendra
el espesor de una voz: el huerto ahondado
de un aroma. Hay lugares ardientes
que son la casa. Por ellos cruza
esta frescura.





(extracto)

Es la noche el lugar
que ilumina el recuerdo.

Es una vasta construcción
sobre el mar. Es su despliegue
y su consecuencia.
Amplios corredores se extienden sobre blancos pilares.
Las terrazas abiertas sombrean las olas,
y uno se interna y cruza
por insondables extensiones.

Va la mirada inaugurando los trazos,
van las pisadas centrando la inmensidad.
Y su perfil
cambiante se va trabando.
Y su emprendida solidez
nos va infundiendo una claridad: la del espacio
que se entrelaza. Vemos
transparencia en los muros, transparencia en las densas,
despiertas olas y una alegría nos roza como un augurio,
como la aleta fina y sigilosa
de un pez.

Es la memoria el viento
que nos guía entre la noche
y en ella funde
su tibieza: Nos va llevando,
nos va cubriendo con su aliento. Y es su suave premisa, su
levedad
la que entreabre esas puertas:
Balcones, cuartos
aromados pasillos. Salas
de inextricable y nítida placidez. Ahí,
entre esplendores recién urdidos,
bajo el espacio imperturbable, recobramos, a gatas,
la expresión de los muebles,
su redondeada complacencia: Todo
nos cubre entonces
con una intacta serenidad. Todo
nos protege y levanta con gozosa soltura.
Manos firmes y joviales nos ciñen
y nos lanzan al aire, a su asombrosa, esquiva, lubricidad.
-Manos entrañables
y densas. Somos
de nuevo risas,
de nuevo rapto bullicioso,
acogida amplitud.

Todo
nos retoma y nos centra,
todo nos despliega y habita
bajo esos bosques
tutelares: Agua
goteando; luz
bajo las hojas intrincadas del patio.

[...]


Poemas de Coral Bracho





domingo

Tierra, Agua, Luz... Seguimos el recorrido de la hormiga



                                Desde esta luz

Desde esta luz que incide, con delicada
   flama,
la eternidad. Desde este jardín atento,
desde esta sombra.
Abre su umbral el tiempo,
y en él se imantan
   los objetos.
Se ahondan en él,
y él los sostiene así:
claros, rotundos,
generosos. Frescos llenos de su alegre volumen,
de su esplendor festivo
de su hondura estelar.
Sólidos y distintos
alían su espacio
y su momento,
su huerto exacto
para ser sentidos. Como piedras precisas
en un jardín. Como lapsos trazados
sobre un templo.

Una puerta, una silla,
   el mar.
La blancura profunda
desfasada
del muro. Las líneas breves
(Foto de C. Azocar)
que lo centran.
Deja el tamarindo un fulgor
entre la noche espesa.
Suelta el cántaro el ruido
solar del agua.
Y la firme tibieza de sus manos; deja la noche densa,
la noche vasta y desbordada sobre el hondo caudal,
su entrañable
       tibieza.




Un momento de la luz en la red de las cosas        

                           Hacia adentro se ve el mar de cristal.
                                                   Su cuarzo líquido.
                                                   Es un momento
                                                   de la luz,
                      en la red de las cosas. Un instante
                                                   que incide
                  en la inmensidad. Cruza el tigre
                                                   el estanque
           bajo el tamiz de la mañana,
                         mojan su piel el agua y el resplandor.
                                         Hacia adentro se ve su espectro entre la maleza,
                                                                 su honda espesura     
                                                          sigilosa
               su rastro breve, crepuscular.

                Mariposa

           Como una moneda girando
       bajo el hilo de sol
           cruza la mariposa encendida
       ante la flor de la albahaca

   
(Foto de Ángel L. Portilla)
             Hilo en una tela de araña

      Un arroyo imantado por la brisa y la luz,
   un transcurrir cobrizo es el hilo que fluye
en la tela de araña. Charcos de plata cambian
         de unas hojas a otras, de unas huellas
a otras sobre la tierra blanda. Te veo cruzar
                          entre dos líneas. Lo amo,
                                                     digo.
        Entre dos ramas del azar
                                                                 fluye el arroyo,
                                                                 su hilo hechizado por el mar de la luz,
                                                                 por el licor
                                                                 de su corriente. Es el agua que embriaga
                                                                 el atardecer. Es el fuego que fluye
                                                                 sin cesar hacia el este. Bajo su fiel
                                                                 solar
                                                                 te pienso.




Lucio Fontana (Foto de Ugo Mulas)
Con abismada transparencia

Eres el fuego del inicio.
Eres la luz
en el instante sabio
de hacinarse en el agua.
Eres la voz, la transparencia que penetra,
que engendra;
la nota viva y diáfana
que cae,
con el candor de una certeza
en el centro
del alma.






Poemas de Coral Bracho